Déjame quererte a medias, odiarte un poco. Que a mí me encanta tu sonrisa pero no me vuelve loca. Y así es perfecto. Tú y yo no necesitamos excusas ni coartadas. Bien sabes que mi corazón pierde sangre con cada latido y bien sabes que no es por ti. También yo sé en quién piensan tus labios, o al menos sé que no es en mí. Y qué más podemos pedir si somos cicatrices sin puntos de sutura.
Vamos, levántate que ya es tarde. Dúchate tú que ahora iré yo. Prepara el desayuno que yo lio un par de cigarros. Qué suerte dar contigo, qué bien saben mis heridas en tu boca. Tu saliva me anestesia, me retuerce y me calienta. Dime, ¿cómo se llama ella? ¿cómo te dejó escapar? No, espera. Mejor no me lo digas. Bésame primero y luego, si eso, te lo vuelvo a preguntar.
Mientras, seamos la mitad de un quinto de nuestras vidas, seamos un poquito de lo tanto que nos queda en el desván. Finjamos un par de minutos al día que nos queremos a medias, o al menos, que no queremos a otros labios. Solos tú y yo, ¿te imaginas?
Cuánto amor sin usar, qué lástima, qué pena. Cuántas caricias y besos y amaneceres sin probar. Yo te dejo mis lunares, tú procura no perderlos. Cédeme tú a mi tus ojos, o al menos esa forma que tienen de mirarme a veces, cuando el pelo se me alborota y te recuerdo a ella. Es muy dulce y trágico y casi amargo todo esto, pero no sabes lo adictivo que también resulta.
Si te fijas, somos la historia de amor perfecta. Pero sin amor. A mí me vuelven loca tus manías y a ti te pierde ese punto triste que dices que tiene mi sonrisa. A mi me encanta posarme sobre tu pecho y a ti te hacen gracia esos pequeños gemidos que no puedo evitar si me tocas cierta parte de la espalda. Y qué bien te conoces esa parte.
Anoche le estuve dando vueltas, ya sabes, a esto que parece que somos sin serlo. Es curioso, inquietante incluso. No todo el mundo sería capaz de entenderlo, qué pensarían si lo supieran. Dirían que nos conformamos mutuamente, que somos pura simbiosis, que alguna puede salir herida, que no es sano. Dirían que somos las migajas de dos historias, como esas películas que se cortan a mitad y luego te toca a ti imaginarte el resto.
No tienen ni idea, pobres. Tampoco les podemos culpar, no es fácil de explicar. Tú y yo somos parte de un naufragio, yo te salvo a ti y tú a mí. Somos todo lo que podemos ser, nos damos sin pedir a cambio todo cuanto nos podemos dar. Yo te regalo el silencio justo para pensar en ella y tú me das a mí mis ratos para soñar también. Pero solo ratos, el tiempo justo.
Luego tú me preguntas que en qué pensaba y yo te miro y te digo que deberías haber dicho “en quién”. Tú te acercas y me regalas tu sonrisa más dulce y me miras como se mira a una chiquilla que se acaba de caer y no quiere llorar delante de los otros niños. Me das un beso y me acaricias la cara y me preguntas si ya se me ha pasado. Yo te digo que sí pero que necesito otro. Tú me lo das y yo te vuelvo a pedir más. En realidad sabes que por muchos que me des nunca se me pasa del todo, pero me pides que te mienta y yo te engaño sin pensarlo.
Luego eres tú quien se ausenta en la misma cama y yo te escribo en la espalda el camino de vuelta hasta mis brazos. Y tú lo encuentras, aunque a veces tardes en mirarme a mí sin pensar en ella. Pero siempre acabas mirándome. Siempre acabamos encontrándonos.
Nos desinfectamos, nos curamos de esta vida perra. Nos besamos en la frente cuando algo va mal, y lo hacemos en el resto del cuerpo cuando todo va mejor. Y qué boca. Qué ojos. Qué manos. Qué manera de cicatrizar más dulce. Sin mentiras, con las cartas sobre la mesa.
Porque la mitad de dos besos acaba formando un beso entero y yo sé que nos medio besamos, nos medio sentimos, y a veces, incluso nos medio queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario